Relato: Perfecta

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Perfecta

Cuando consigo abrir los ojos, él ya está despierto, observándome. Mentalmente  maldigo mi pereza, porque si me hubiese levantado unos minutos antes podría haber ido al cuarto de baño y arreglarme lo suficiente para mostrar un aspecto aceptable. Cualquier resto de sueño ha desaparecido. Siento deseos de taparme con la sábana, para que no pueda seguir mirándome, y llorar de impotencia. No puedo creer que me esté viendo en aquel deplorable estado. Enseguida pienso en todos los defectos que no he tenido tiempo de disimular: los parpados ligeramente hinchados, el pelo revuelto, el aliento matutino… ¿Anoche me quité el maquillaje o se ha corrido durante la noche creando una pictórica obra de rímel, polvo y carmín sobre mi rostro? ¿Qué pijama decidí ponerme? Por favor, que no sea aquella horrible camiseta que dieron gratis en aquella promoción ni el conjunto fuera de temporada y de oferta que me compró mi madre las navidades pasadas. Quizás pudiera mirar disimuladamente bajo las sábanas y comprobar lo grave que era la situación… Mala idea, mala idea. La visión de ambos cuerpos desnudos, lejos de proporcionarme cualquier tipo de placer ha incrementado mi pánico. No os confundáis, esta escena no es resultado de una noche de excesos y ahora toca el arrepentimiento del día siguiente. En absoluto, todo lo que ocurrió las horas previas al amanecer fue de manera completamente consciente y por voluntad propia. Es más, ahora que recuerdo algunos de los detalles más innombrables, aquellos que solo compartirías con tu mejor amigo y tras meditarlo mucho, no puedo evitar sonreír. Él me devuelve la sonrisa, todavía no ha dicho nada. ¿No esperará que sea yo la primera en hablar? ¡Por Dios, eso sí que no! Por la mañana tengo la voz ronca, y no me refiero a esa voz ligeramente áspera y seductora de las cantantes de soul o las locutoras de los programas de medianoche en la radio. No, me refiero a un sonido cavernoso capaz de asustar a los niños; podría doblar al personaje malvado de una película. Él, lejos de apreciar mi evidente incomodidad y darme espacio para pensar cómo salir de aquella airosa situación, decide acercarse. Si fuera hace calor, dentro de la cama la temperatura sube hasta niveles inflamables. Intento ignorar el intenso ardor que escala por mi cuerpo, al igual que sus manos, sin conseguirlo. Al principio son leves caricias, tan inapreciables que creo habérmelas imaginado. Luego, comienzan a posarse sobre mi piel desnuda con la intención de explorar cada rincón de mi cuerpo, viéndolo a través del tacto. Un familiar estremecimiento me recorre. Quiero apartarme, quiero desaparecer y no dejar ninguna huella de mi existencia en aquel lugar. Quiero… Quiero… Maldita sea, así es imposible pensar con claridad. La mente se me nubla en el momento que posa sus labios en mi cuello. Ahora entiendo que las mujeres se sientan tan fascinadas con la figura del vampiro y sea una de sus fantasías más recurrentes. Sus dientes me muerden sin atravesar la piel, succionan sin probar el dulce líquido escarlata, paladean la tibieza de la vida sin arrebatarla. ¿Resultaría blasfemo nombrar a Dios en esta situación? Sus manos por fin encuentran un rincón de su interés y lo exploran en profundidad. Sus largos dedos esculpen dentro de mí una obra maestra, tiene manos de artista y me lo está demostrando. Por supuesto, yo le indico los cambios necesarios para conseguir que sea perfecta. Entonces se interrumpe y yo protesto, aunque él tiene más motivos para hacerlo que yo. Apenas le he prestado atención desde que me he despertado, demasiado preocupada en detalles irrelevantes, cuando lo que debería haber estado haciendo es disfrutar de su compañía, disfrutarla en todos los aspectos. Sin embargo, él no está enfadado, aquella breve pausa solo representa el final del prólogo. Ahora comienza el número principal, con nosotros como protagonistas y sé de antemano que el final será feliz. Siento su cuerpo sobre mí, preparado para fundirse con el mío, pero no lo hace. Confusa por su indecisión, le preguntó el motivo con un leve arqueo de cejas que lo hace sonreír. Es obvio que eé también lo quiere, es más, no hace falta más que alargar la mano para sentir su deseo. ¿Entonces qué ocurre? Poniéndose serio, se inclina hasta poner su rostro a pocos centímetros del mío. Por primera vez, percibo su olor semejante al almizcle, una melodía olfativa compuesta por tonalidades ligeramente ácidas, pero también con una nota dulce, suficiente para resultarme irresistible. Tiene la respiración de un mamífero en celo, pesada y jadeante. Le suplicó con la mirada que continúe, pero no lo hace. ¿Por qué aquella tortura sin sentido? Finalmente, acerca sus labios a mi oído y me susurra: «Eres perfecta». Sorprendida, busco algún gesto que desvelé la ironía de sus palabras, pero en sus ojos solo hay sinceridad. «Perfecta», repite ahora mirándome a los ojos. Y perfecto es este momento.



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